La próxima semana en Sueños de libertad, las emociones se desbordan y los secretos más oscuros emergen bajo la tenue luz de la noche. Uno de los momentos más devastadores y transformadores se aproxima silenciosamente, cuando Begoña, creyendo regresar al dispensario solo para dejar sus cosas tras una jornada larga, se encuentra cara a cara con una escena que podría cambiar el destino de una vida… o acabar con ella.

El dispensario está en penumbra. El silencio lo envuelve todo, hasta que Begoña cruza el umbral y se topa con el Dr. Fermín en un estado que jamás hubiera imaginado. Descompuesto, con la mirada ausente y una botella de éter en las manos temblorosas, Fermín está al borde de la recaída. Ese veneno, que en el pasado casi lo destruyó, vuelve a tentarle con fuerza cruel. A punto de ceder a la adicción, su mundo se detiene cuando Begoña entra. El encuentro no podía ser más crudo.

“¿Qué hace aquí?”, pregunta él con la voz rota, como un hombre atrapado entre la desesperación y la vergüenza. “Solo venía a dejar mis cosas”, responde ella, pero su mirada lo dice todo: ha comprendido en segundos el drama que se desarrolla ante sus ojos. El reproche no tarda en llegar. Begoña le recuerda que había prometido no volver a caer. Pero para-Fermín, las promesas son solo palabras vacías. “Las promesas no sirven para nada”, dice con una mezcla de rabia y derrota.

Begoña, lejos de juzgar, se acerca con una mezcla de firmeza y empatía. Le recuerda que aún puede elegir. Que está a tiempo de salvarse. Pero Fermín parece ya sin fuerzas para luchar. Su voz se vuelve amarga. “¿Y si lo que quiero es acabar con todo?”. Pero Begoña no se rinde. Le dice lo que nadie más ha escuchado de sus labios: ella también fue adicta, también estuvo al borde del abismo. “Yo también pasé por eso”, confiesa. Su vulnerabilidad, lejos de debilitarla, la vuelve una figura luminosa para el médico derrumbado. Ella logró salir gracias al amor de quienes la rodeaban. Él, en cambio, siente que no tiene a nadie.

“Estoy completamente solo”, se lamenta Fermín. Pero Begoña le ofrece una verdad más poderosa: ella está ahí. Y si él se lo permite, quiere ayudarlo. Él se resiste. Llora. Se levanta con rabia. Grita. Levanta la botella como si fuera un símbolo de todo lo que ha perdido: su esposa, su hijo, su vocación. “Esto es lo único que me queda”, dice. El silencio se hace denso. El momento es decisivo.

Begoña da un paso más. Le recuerda quién fue. Cuántas vidas salvó. Cuánto bien hizo. Le dice que esa vocación aún vive en su interior, aunque ahora parezca enterrada bajo culpa y dolor. Pero Fermín, vencido, la echa. “No soy tan fuerte como usted”, le dice, suplicando que se vaya. Pero ella no lo hace. Con voz firme, le explica por qué ella es fuerte: porque no tiene otra opción. Porque tiene una hija por la que debe levantarse cada día. Porque aprendió que en la lucha diaria está el verdadero coraje.

Fermín la escucha en silencio, con el alma en ruinas. Le dice que él no tiene a nadie por quién luchar. Begoña lo contradice. Le recuerda que aún conserva el recuerdo de su esposa. ¿De verdad cree que a ella le gustaría verlo así? ¿Que querría verlo rendido, perdido en la oscuridad? Él se derrumba. La culpa lo aplasta.

Y entonces, Begoña le hace una propuesta que podría cambiarlo todo: lo invita a irse unos días a su casa. No para esconderse, sino para comenzar su recuperación rodeado de personas que se preocupan por él. Damián, su amigo fiel, lo espera con los brazos abiertos. La doctora Borrel, con su sabiduría médica. Y ella, Begoña, con su compañía, sus cuidados, su comprensión. “No estará solo ni un segundo”, le promete. “Podremos ayudarte con medicación, con cariño, con apoyo. Solo tienes que decir que sí.”

Fermín llora. La vergüenza lo domina. “¿Qué he hecho? Dios mío, qué vergüenza”, repite entre sollozos. Pero Begoña le responde con fuerza: “La verdadera vergüenza sería no intentarlo. La vergüenza sería rechazar ayuda cuando más la necesitas.” En su voz hay verdad, firmeza y compasión. Él, aún entre lágrimas, pregunta con temor: “¿Y qué haré en esa casa? Solo seré una carga…”

Pero ella no duda: “No lo eres. Al contrario. Damián estaría feliz de tenerte cerca. Yo misma estaré contigo cada paso. Lo que te ofrezco no es una obligación, es una oportunidad. Una última salida antes de que esta adicción te destruya por completo. Antes de que también dañes a los que todavía te quieren.”

El destino de Fermín queda en el aire. ¿Será capaz de aceptar la mano tendida de Begoña? ¿Permitirá que la amistad y el amor le devuelvan la fe en sí mismo? ¿O se dejará arrastrar por la oscuridad de sus culpas y su soledad?

Y Damián… ¿cómo reaccionará ante esta dolorosa verdad? ¿Estará dispuesto a abrir su casa y su corazón para ayudar a su amigo en el momento más crítico? ¿Podrá el vínculo entre ellos salvarlo de una recaída que podría costarle la vida?

Lo que está claro es que la propuesta de Begoña podría cambiarlo todo. Su decisión, llena de humanidad y valentía, puede marcar un antes y un después para el Dr. Fermín. En esta semana de Sueños de Libertad, la esperanza y el dolor se entrelazan en una lucha feroz por la redención. No te lo pierdas.

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