La tormenta finalmente ha estallado en el corazón de Suna. La paciencia que había cultivado durante meses se rompe en mil pedazos frente a Abidin, en una habitación donde los silencios pesan tanto como las palabras. “Nos dieron la habitación de Latif solo para provocarme, para humillarme”, gruñe él, pero lo que realmente desarma a Suna no es su enfado, sino su incapacidad de cambiar. Con el alma desgarrada pero la voz firme, lo mira directamente a los ojos y le suelta la frase que marcará un antes y un después en sus vidas: “Quiero el divorcio”.
Suna no grita. No llora en ese momento. Pero su mirada está empapada de dolor contenido. “Me asfixias, Abidin. No puedo más. Piénsalo esta noche. Mañana, o nos vamos juntos… o me voy sola”. Luego se da la vuelta, sin esperar respuesta, con el pecho a punto de estallar. Se marcha a la habitación de Atice buscando consuelo, un refugio donde al menos pueda respirar. “No te preocupes”, le susurra a la mujer mayor. “Me iré. Si mi hija es inteligente, vendrá a buscarme”.
Pero las heridas no están contenidas solo en ese matrimonio que se derrumba. En otra parte de la casa, Seiran enfrenta a Ferit con una rabia que ha estado acumulando durante años. “Eres el ser más egoísta que he conocido. Arrastras a todos en tu caos, sin pensar en las consecuencias”. Ferit intenta mantener el control, con esa sonrisa amarga que tanto irrita. “Estuviste dos años fuera. Ahora vuelves y reclamas lo que te conviene…”. Pero Seiran no está para juegos. Su sentencia es definitiva: “Mientras ese anillo esté en tu dedo, para mí no existes”.
Las palabras la hieren tanto a ella como a él, pero Ferit no responde. Se marcha, toma su teléfono y llama. “Mamá… he herido a Dillar. Y a Seiran también. Mañana hablaré con Dillar. Voy a terminar con ella”. En ese susurro vacío, se esconde un hombre al borde del abismo.
Mientras tanto, Suna intenta encontrar una rendija de comprensión en su madre. “Cuando la tía Atice se recupere, nos iremos”, dice Esme, sin percatarse de que sus palabras cortan a su hija como cuchillas. “¿Y yo? ¿No soy también tu hija?”, pregunta Suna entre lágrimas. “Mi matrimonio se está deshaciendo y tú ni siquiera me escuchas”.
Más tarde, Suna se encuentra cara a cara con Abidin. Él, más calmado, confiesa: “Mi ira ha bajado, pero el dolor sigue ahí. Puedo soportarlo… lo que no puedo soportar es estar sin ti”. Y entonces aflora su pasado, una herida abierta: su padre, la codicia, las amenazas. “Cada vez que mi padre necesitaba dinero, Alisaga se lo daba. Pero no bastaba. Quería su propiedad. Latif intentó advertirlo, pero creo que fue más allá por miedo. Miedo a que le hiciera daño a Alice otra vez”.
Suna le toma la mano con suavidad. “Aprende a vivir con tu familia, Abidin. No dejes que el pasado destruya lo poco que nos queda”. Sus palabras son un intento de salvar un naufragio, pero no bastan si él no sabe nadar.
Seiran, por su parte, sigue atrapada en el huracán de sentimientos que Ferit desata en ella. “¿Qué te ha pasado?”, le pregunta Suna al verla tensa. “Volvió con Dillar”, responde ella con la voz rota. La respuesta enciende una alarma en Suna. “Si te envía señales contradictorias, debes obligarlo a elegir. Si escoge a Dillar, vete. No te quedes a sufrir”.
Ferit, cumpliendo lo prometido, se presenta en casa de Dillar. Ella lo recibe con una mirada que ya conoce la verdad. “No digas las mismas frases de siempre”, le advierte. Pero él va con un solo objetivo. “No quiero seguir haciéndote daño”, confiesa. Dillar se derrumba. “Te tuve celos. Nunca he amado a nadie como a ti. No puedo perderte por mis inseguridades”. Pero en su voz no hay certeza, solo miedo a quedarse sola.
Suna intenta encontrar algo de esperanza. “Abidin está dispuesto a disculparse con Alisaga”, le cuenta a Seiran. “Solo espera el momento adecuado”. Seiran, conmovida, susurra: “Hablaré con Ferit, como dijiste. Pero dime… si él no me elige, ¿llorarás conmigo?”. Suna le toma las manos. “Espero que nunca tengas que llorar”.
Entonces, la tensión alcanza su punto máximo. Ferit entra en la habitación con una mirada helada. “He hecho las paces con Dillar”, dice, como si eso lo resolviera todo. Pero para Seiran, esa frase es una puñalada. “Iba a pedirte que eligieras entre Dillar y yo… pero ya no hace falta. Mi madre tenía razón. Me voy”.
Ferit intenta detenerla. “No puedes irte”. Pero Seiran ya no teme. “No puedes mirar a dos mujeres a la vez. Si quieres mirarme… solo me mirarás a mí”. Y cuando él intenta justificarse, ella lo fulmina: “Esta relación no terminará mientras sigas teniendo miedo. Tienes que ser valiente. Amar también es arriesgarse a no ser amado”.
Ferit se queda en silencio. Sabe que ella tiene razón.
En el jardín, su madre Gulgun lo observa con ojos sabios. “¿Qué sientes realmente, Ferit?”, le pregunta. Él baja la mirada. “No puedo seguir con Dillar… porque solo pienso en Seiran”. Su madre suspira. “La vida solo se recorre con la persona que realmente amas. No juegues con ninguna de las dos. Decide ya”.
Y finalmente, Ferit lo hace. En la intimidad de su habitación, con Seiran frente a él, susurra: “No puedes evitar hablarme. Me dijiste que me amabas”. Ella no duda: “Sí, porque no soy una cobarde como tú”. Ferit se acerca, atrapado en sus ojos. “¿Cuántas noches me observaste? ¿Hubo alguna en que no lo hicieras?”. Seiran no se aparta. “Si te hubieras rendido, Ferit, yo me habría ido hace mucho. Yo soy para ti lo que tú eres para mí… o quizás más”.
Y entonces sucede. Ferit se quita el anillo de compromiso, lo deja caer al suelo… y la besa. Con todo el fuego, con todo el amor, con toda la desesperación contenida. Como si ese beso fuera el último… o el primero de una nueva vida.
¿Te gustaría que preparara el spoiler para el capítulo 73 con continuación directa de esta trama?