En el capítulo 303 de Sueños de Libertad, las apariencias vuelven a engañar. Lo que comienza como una simple conversación profesional entre Pedro y el inspector Rojas, termina revelando un trasfondo turbio, cargado de amenazas veladas, estrategias de manipulación y un oscuro interés que nada tiene que ver con la seguridad de la fábrica.
La escena arranca con un tono casi relajado. Pedro, con su habitual cinismo elegante, bromea: ha instruido a su hermana para que no los interrumpa “ni aunque haya un incendio”. El comentario, dicho entre sonrisas, tiene un trasfondo claro: esta reunión es más importante que cualquier urgencia. Desde el primer momento, Pedro quiere dejar claro quién tiene el control. Pero Rojas no se deja intimidar. Con fina ironía, le responde que en tal caso, habrá que culpar al responsable de seguridad… es decir, a él mismo. En esa breve réplica ya se deja entrever que el inspector no está dispuesto a agachar la cabeza.
Pedro va directo al grano. Habla del informe de seguridad que Rojas ha elaborado y pregunta cuánto costaría implementar sus recomendaciones. Pero Rojas, imperturbable, responde que aún no puede dar una cifra: necesita hacer una segunda inspección en zonas clave, como el laboratorio y el garaje. Pedro, un tanto irritado, cuestiona la demora. La respuesta de Rojas es un golpe seco pero elegante: “No me pagan por hacer las cosas a medias. La seguridad de muchas personas depende de mi trabajo, y si algo sale mal, la responsabilidad será mía. No estoy dispuesto a correr riesgos.”
En ese instante, se marca la línea divisoria entre ambos. Pedro intenta imponer presión; Rojas responde con integridad y profesionalismo. Pedro recula un poco, elogia la experiencia del inspector, pero no tarda en retomar el asedio. Esta vez, lo invita a revisar la carretera de acceso a la fábrica, dañada por el paso constante de camiones. Rojas no se niega, pero le recuerda que esa vía es competencia del Ayuntamiento. Aun así, Pedro insiste en que le haga un informe de daños. Con firmeza, Rojas le deja claro que eso no le corresponde: “Ese informe debe hacerlo el Ayuntamiento.” Pedro, fingiendo humildad, se excusa: “hablé desde la ignorancia”. Rojas, con serenidad, le ofrece aclarar cualquier duda técnica que tenga.
Y cuando parece que la tensión va disminuyendo, Pedro lanza una bomba con apariencia de pregunta casual:
“Rojas… ¿estuviste preguntándole a Claudia Díaz sobre mi hijo?”
El ambiente se congela. Rojas, con los ojos fijos, responde de inmediato que no. Niega rotundamente cualquier conversación con Claudia Díaz sobre el tema. Pedro no lo contradice, ni insiste, pero el mensaje ha sido claro. Desde ese momento, la atmósfera se torna más densa, más peligrosa. Lo que Pedro no dice es lo más inquietante.
En silencio, lo amenaza. Con palabras suaves, le lanza una advertencia envolvente: si Rojas es leal y hace bien su trabajo, él sabrá recompensarlo. Tiene poder. Puede abrirle muchas puertas… pero también cerrárselas con la misma facilidad. Si lo traiciona, si le oculta información, si se atreve a ir más allá de lo que le han ordenado, se arrepentirá. No lo dice con furia. Lo dice con esa calma inquietante que sólo tienen los verdaderos depredadores.
Rojas, sin perder la compostura, sin mover un solo músculo de más, responde con firmeza: “Mis informes siempre son transparentes.” No es sólo una declaración técnica. Es una afirmación ética. Es su forma de decir que no se doblegará, que no será cómplice de juegos sucios, y que si alguien quiere intimidarlo, tendrá que hacerlo con algo más que insinuaciones.
Pedro, viendo que no logrará quebrarlo, termina la conversación con una falsa cortesía: “Gracias.” Pero tanto él como Rojas saben que lo que acaba de suceder no ha sido una simple charla de trabajo. Ha sido una batalla silenciosa, una guerra de miradas, palabras medidas y verdades ocultas.
El espectador entiende que Pedro no está interesado solo en la seguridad de la fábrica. Hay algo más, algo relacionado con su hijo y con Claudia Díaz, que está dispuesto a proteger a toda costa. ¿Qué secretos esconde Pedro? ¿Por qué teme tanto que alguien escarbe en la relación entre su hijo y Claudia? ¿Está Rojas a punto de descubrir algo que podría tambalear el mundo perfectamente calculado de los Roldán?
El episodio deja entrever que la figura de Rojas será cada vez más incómoda para quienes ocultan cosas en la fábrica. Su insistencia en hacer las cosas bien, su rectitud y su mirada penetrante comienzan a resultar peligrosas para quienes se han acostumbrado a operar en las sombras. Pedro, al no lograr dominarlo, podría pasar a un plan más agresivo.
La escena, minimalista pero cargada de tensión, demuestra una vez más que en Sueños de Libertad los conflictos más intensos no siempre estallan a gritos. A veces, una mirada, una frase en apariencia inocente, puede ser más amenazante que cualquier golpe. Lo que Pedro busca proteger no es solo su reputación, sino una estructura entera que podría derrumbarse si alguien empieza a preguntar demasiado.
Y así, el capítulo cierra con un silencio que dice mucho más que cualquier diálogo. Rojas vuelve a su labor, sabiendo que lo vigilan. Pedro se marcha, sabiendo que no ha ganado, pero tampoco ha perdido del todo. El tablero está dispuesto. Y la partida, apenas comienza.