En el capítulo 303 de Sueños de Libertad, el laboratorio se convierte en escenario de una conversación cargada de tensión, emociones contenidas y decisiones que podrían cambiar el rumbo de varias vidas. Marta y Pelayo se enfrentan a un momento decisivo, donde lo personal y lo político se entrelazan de manera irremediable.

Todo comienza con un comentario aparentemente trivial de Pelayo, que lanza con la esperanza de romper el hielo: “Parece que ninguno de los dos está contento”. Es una observación simple, pero cargada de verdad. El ambiente es espeso, casi irrespirable. Ambos saben que hay mucho más bajo la superficie de esta charla laboral. Marta, fiel a su carácter, intenta mantener el tono práctico. Habla del trabajo de su primo Luis, de la importancia de que el cliente quede satisfecho y de la necesidad de mantener ciertas apariencias. Pero Pelayo no está para juegos diplomáticos.

Rápidamente, la conversación da un giro. Pelayo revela que ya le ha contado tanto a su padre como a su hermano que Vaca planea marcharse. Y, con esa información, deja ver su intención de ocupar un lugar más importante dentro del partido, tal vez su gran salto a la política. Busca algo más. Algo que Marta parece no poder (o no querer) darle. Con entusiasmo controlado, la invita a una comida con un contacto clave para su futuro político. Ella acepta la invitación, pero con una condición: que tal vez sea mejor que él vaya solo, para que pueda hablar con libertad. Un gesto aparentemente amable, pero que marca una grieta entre ellos. Ya no son el equipo inquebrantable de antes.

La conversación entonces roza un tema mucho más delicado: Fina. Marta, de forma casi casual, menciona que va a ir al notario para incluir a Fina como heredera en su testamento. Un gesto profundamente simbólico, que deja claro cuánto significa Fina para ella. Pero esa decisión prende fuego en el corazón de Pelayo. Aunque intenta disimularlo, su incomodidad es evidente. Le preocupa lo que eso podría implicar: una mujer ajena a la familia como heredera, un escándalo social, una traición al apellido. Lo dice con calma, pero cada palabra está cargada de juicio.

Marta no tarda en reaccionar. Dolida, le recuerda que él alguna vez le prometió respetar su libertad, que no la ataría nunca, que apoyaría sus decisiones sin condiciones. ¿Dónde quedó esa promesa? Pelayo insiste en que solo se preocupa por ella, pero sus palabras revelan más que eso. Tiene miedo. Miedo del escándalo, del qué dirán, de cómo eso afectaría su camino político. Marta, por su parte, está cansada de justificar su amor, su lealtad y su deseo de proteger a Fina. Le duele tener que elegir entre la mujer a la que quiere y una familia que no deja de presionarla.

Y en medio de esta tensión no resuelta, surge una frase que lo encapsula todo: “Intentaré ver a mi esposa, si ella quiere verme”. Es Pelayo, consciente de que la distancia entre ellos ya no es solo física. Hay un abismo de silencios, resentimientos y decisiones pendientes. La frase no es solo una constatación de su situación actual, sino una súplica disfrazada de resignación. Él quiere arreglar las cosas, pero ya no depende solo de él.

El capítulo es un estudio sutil del desmoronamiento emocional. Lo que empieza como una conversación de trabajo termina siendo una confrontación sobre el amor, la libertad, el poder y la lealtad. Pelayo busca su lugar en un mundo político que exige sacrificios. Marta, en cambio, ya ha elegido: su fidelidad está con Fina, una mujer que ha estado a su lado cuando muchos le dieron la espalda.

La escena culmina con Pelayo marchándose a la comida política, un símbolo claro de la bifurcación de caminos. Mientras él se encamina hacia un mundo de apariencias, estrategias y poder, Marta se queda sola en el laboratorio, sumida en sus pensamientos. La cámara la enfoca de espaldas, mientras acaricia un frasco de vidrio, como si intentara contener no solo los compuestos químicos, sino también sus emociones al borde del estallido.

La imagen final lo dice todo: Marta está sola, pero decidida. Le duele el juicio de Pelayo, pero no dará un paso atrás. Sabe lo que Fina significa para ella. Y sabe que el precio de ser libre es alto, pero está dispuesta a pagarlo. Porque hay herencias que valen más que el dinero: el derecho a amar sin pedir permiso, a construir una familia desde el afecto, y no desde los lazos de sangre.

Este episodio marca un punto de inflexión. Pelayo ha elegido la política. Marta ha elegido la verdad de sus sentimientos. Y aunque ambos intentan mantenerse en pie en medio de la tormenta, el viento ya no sopla a favor. El destino comienza a trazar líneas definitivas. Y en ese laboratorio, entre probetas, secretos y miradas esquivas, se decide mucho más que una herencia: se decide qué significa realmente la libertad.

¿Podrá Pelayo aceptar a Fina como parte de la vida de Marta? ¿O la ambición terminará por arrastrarlo a un lugar donde el amor no tiene cabida? ¿Será Marta capaz de enfrentar sola el rechazo de los suyos? Las respuestas, como siempre, se irán revelando paso a paso… pero el camino ya ha cambiado para siempre.