La tormenta que se ha desatado en La Promesa tiene nombre propio: Martina. Y esta vez, sus decisiones no solo están generando polémica entre los personajes de la ficción… sino también entre todos nosotros, los espectadores. Porque lo que ha hecho, lo que se ha atrevido a hacer, ha cruzado una línea de la que puede que ya no haya vuelta atrás. Su visita a Cruz en la cárcel ha sido el detonante de un terremoto emocional que sacude los cimientos de la familia Luján.
Todo comenzó en silencio, en secreto. Martina se escabulló sin avisar, sin confesar sus intenciones, para acudir a ver a Cruz. Sabía que lo que hacía no sería bien recibido. Lo sabía tan bien, que lo ocultó incluso a los más cercanos. Pero como todo en La Promesa, los secretos no tardan en salir a la luz… y Alonso, el marqués, no tardó en enterarse. Y con él, nosotros.
Martina no fue a pedir explicaciones, no fue a buscar la verdad ni a exigir justicia. Fue a decirle a Cruz que aún la quería. Aseguró, sin vacilar, que a pesar de todo, su afecto seguía intacto. “Lo que yo quería era mirarla a la cara y decirle que, a pesar de todo lo que había pasado aquí, yo seguía queriéndola.” Así de claro. Así de doloroso.
¿Y qué significa ese “todo lo que había pasado”? Nada menos que el asesinato de Jana, la joven embarazada que iba a darle un nieto a Cruz. Una chica indefensa que encontró la muerte en circunstancias tan brutales como injustas. Aunque los espectadores sabemos que Cruz es inocente —nosotros lo vemos todo, desde fuera, desde esa omnisciencia que da la pantalla—, los personajes de La Promesa no tienen ese privilegio. Ellos viven en la duda, en el rumor, en lo que parece evidente. Y para todos ellos, incluida Martina, Cruz es culpable.
Es por eso que su gesto duele. Duele a Manuel, que perdió al amor de su vida. Duele a Alonso, que aunque ha sido justo —pagándole el mejor abogado abolicionista para que no enfrente la pena de muerte—, ha sido tajante: Cruz está fuera de esta familia. “A partir de ahora, Cruz está sola”, dijo. Y lo demostró rompiendo su carta, su conexión final con los suyos. Cruz ha sido repudiada oficialmente. Pero no por Martina.
Martina, en cambio, ha optado por la compasión, o quizás por la terquedad. A ojos del resto, ha traicionado la memoria de Jana. Ha priorizado su afecto personal sobre el dolor colectivo. Porque, como muchos comentan, Martina no está sola en el mundo. Y sus actos tienen consecuencias, especialmente para aquellos que más han sufrido. ¿Ha pensado en Manuel? ¿En lo que supone para él ver que su prima acude a consolar a la mujer que él cree que le arrebató todo?
El marqués, por primera vez en mucho tiempo, se mostró firme y absolutamente justificado. Incluso muchos espectadores, que han sido críticos con Alonso en otras ocasiones, hoy se ponen de su lado. Porque lo que Cruz hizo —o parece haber hecho— no se perdona con un “te sigo queriendo”. Lo de Martina no es un acto de amor, sino un acto de egoísmo. De inmadurez. De desconexión total con el sufrimiento de los demás.
Y no es solo eso. Lo hizo a escondidas. Sabe que está mal. Lo sabía cuando caminaba hacia la cárcel. Lo sabía cuando evitaba las miradas de los sirvientes. Sabía que esto iba a ser una bomba. Y aun así lo hizo. ¿Por qué? ¿Qué busca realmente Martina?
No parece que esté buscando justicia ni redención. Tampoco da la sensación de que quiera descubrir la verdad sobre lo que ocurrió. En ningún momento insinúa que tenga dudas sobre la culpabilidad de Cruz. Solo quiere decirle que la sigue queriendo. Como si eso bastara. Como si ese gesto no enterrara aún más las esperanzas de reconciliación entre todos los miembros de la familia. Como si no doliera.
¿Y qué dice Cruz? Poco, por ahora. Apenas la hemos visto reaccionar, aunque sabemos que está asustada. Porque incluso si fuese inocente del asesinato de Jana, Cruz es culpable de otros pecados que podrían salir a la luz si alguien empieza a investigar en serio. El caso de Dolores, la desaparición de Tomás… Cruz es un castillo de secretos a punto de derrumbarse. Y cualquier movimiento en falso, cualquier chispa de verdad, puede incendiarlo todo. Ella lo sabe. Y tal vez por eso no alienta a Martina. Tal vez hasta ella se da cuenta de que esta visita, lejos de ayudarla, puede condenarla aún más.
En medio de todo esto, una nueva figura emerge: Eugenia. Su regreso ha sido breve, fugaz… pero lleno de promesas. En apenas 40 segundos de pantalla, ha reavivado las brasas de una historia que llevaba tiempo supurando bajo tierra. Eugenia viene a romper el equilibrio. A devolvernos ese triángulo infernal con Lorenzo y Curro. Y promete hacerlo con la misma fuerza con la que un huracán irrumpe en un salón de té. No subestiméis su presencia. Eugenia no ha vuelto para ser secundaria. Ha vuelto para desenterrar el pasado. Y eso incluye a Cruz.
Mientras tanto, los espectadores nos dividimos. ¿Tiene razón Martina en defender su vínculo con Cruz? ¿O ha cometido la mayor traición que podía hacerle a los suyos? ¿Dónde se dibuja la línea entre el amor familiar y la justicia moral? ¿Puede una víctima de la manipulación —porque no olvidemos que Cruz ha manipulado a todos durante años— seguir siendo vista como víctima o debe cargar con sus consecuencias?
Muchos creen que Martina merece un castigo ejemplar. Algunos incluso desean que sea expulsada del palacio, que Alonso la eche, que le recuerde que no todo es sentimentalismo adolescente. Que hay actos que hieren más que un puñal. Porque no se trata solo de querer a Cruz. Se trata de a quién estás dejando de lado al hacerlo.
¿Y ahora qué? Martina ha hecho su jugada. La reacción de Manuel puede ser devastadora. La tensión con Alonso no hará más que crecer. Y si Eugenia decide actuar, si empieza a remover lo que se ha intentado enterrar… La Promesa puede transformarse en un campo de batalla familiar donde nadie saldrá ileso.
El futuro de Martina pende de un hilo. La pregunta es: ¿cortará ella misma ese hilo… o lo harán los demás por ella?
¿Tú qué opinas? ¿Justificas a Martina o crees que ha cruzado el límite?