El corazón de la casa late con dolor. Un silencio tenso, espeso como la niebla, envuelve el salón donde Marta y Fina se enfrentan a una de las conversaciones más desgarradoras que han tenido hasta ahora. La escena arranca con Marta dando un paso hacia Fina, notando esa distancia invisible, ese muro helado que ha empezado a levantarse entre ellas. Con una ternura que apenas logra disimular la inquietud que la consume, Marta posa sus manos sobre los hombros de Fina, buscando entender qué está ocurriendo. Pero lo que recibe no es un abrazo, sino una verdad gélida: “La casa está fría”, dice Fina, sin mirarla. Y más aún: “Solo se pondrá más fría”. No es la temperatura lo que le hiela la piel, es la ruptura silenciosa que se va gestando.

Marta, confundida y herida, pregunta qué le pasa, qué ha cambiado. Y entonces todo estalla. Fina no se guarda nada. Sus palabras son punzantes, cargadas de decepción, de cansancio acumulado. Acusa a Marta de haber roto su promesa, una vez más. Le cuenta que, al volver de la colonia, se topó de nuevo con él, ese hombre cuya sombra se cierne sobre sus vidas. Un encuentro breve pero devastador, que removió miedos antiguos y volvió a sumergirla en la angustia. “Fue como si el mundo se me viniera encima”, confiesa, con la voz temblorosa.

Fina está al límite. Se siente traicionada. Dice que Marta siempre promete, pero nunca cumple. Que habla, habla, y no hace. Y lo que es peor: siente que ya no le importa. Que sus palabras se las lleva el viento. Marta intenta explicarse, busca pedir perdón, pero Fina la interrumpe. Ya no puede escuchar más disculpas. No quiere más palabras vacías. Le dice que cada vez que ve a ese hombre, el miedo la paraliza, que no puede seguir viviendo así, con el corazón en un puño, esperando el próximo susto.

Ambas se sientan, como si el peso de la conversación fuera demasiado para sostenerse de pie. Marta, desesperada, le asegura que ese hombre no les hará daño, que incluso él mismo se lo dijo. Y aunque suene insólito, Marta le cree. Cree que, por raro que parezca, sus intenciones no son amenazantes. Pero Fina ya no puede creer en nada. Está agotada, emocionalmente devastada. No le quedan fuerzas para confiar.

Entonces Marta menciona que habló con el detective Ruiz. Le dijo que el hombre en cuestión no está allí por ellas, sino por otros asuntos que podrían ser peligrosos, pero no para ellas. Un intento más de justificar, de suavizar la realidad. Pero Fina no se lo traga. No quiere escuchar más excusas. Le suplica a Marta que lo saque de sus vidas, que lo eche de la casa, de la empresa, de sus pensamientos. No quiere volver a cruzarse con él jamás.

Y cuando Marta intenta que vea las cosas desde otro ángulo, todo se rompe aún más. Le dice que ese hombre está ayudando a su padre, que su labor en la empresa familiar es importante. Que incluso ha estado investigando a Pedro Carpena. Pero esa mención es el detonante final. Fina se levanta, rota, y lanza una frase como una daga: “Darío tenía razón. Tú y Pelayo sois iguales.” Marta se queda sin aire. “Vuestros apellidos pesan más que todo. Má’s que el amor. Siempre elegís el poder, la empresa. Todo menos a mí.”

Marta intenta rebatir, suavizar, decir que eso es una tontería. Pero ya es tarde. Fina no ve exageraciones. Solo ve la verdad, la suya. Con la mirada baja, cargada de dolor, le dice que no puede más. Que necesita irse. Que no puede estar allí, no así. Marta, en un último intento de aferrarse a algo, susurra: “Amor, tú eres mi prioridad.” Pero Fina no se deja ablandar. “Déjalo ya.” Esas tres palabras, más duras que cualquier grito, lo dicen todo.

Fina se marcha. La puerta se cierra tras ella con un eco ensordecedor. Marta se queda sola, sentada, devastada. Las lágrimas no brotan, aún no, pero su rostro lo dice todo. Se ha roto algo más que una conversación. Se ha quebrado la confianza, el equilibrio, quizás incluso el amor.

Este capítulo, el 302, es una auténtica montaña rusa emocional. Nos muestra el desgaste de una relación que ha luchado contra todo: amenazas externas, secretos familiares, traiciones y silencios que duelen más que las palabras. Pero esta vez, el dolor es más íntimo. No viene de fuera, sino de dentro. De la decepción de Fina, de la impotencia de Marta, de esa distancia que se ha hecho presente justo cuando más deberían estar juntas.

El futuro de Marta y Fina pende de un hilo. ¿Podrá Marta demostrar con hechos, no con palabras, que realmente está dispuesta a proteger lo que más ama? ¿O será este el principio del fin para una historia de amor que parecía invencible?

En “Sueños de Libertad”, nada está asegurado. Y en este episodio, una sola frase lo resume todo: “Me voy. No quiero estar contigo ahora mismo.” Y quizás, en esa despedida, haya más verdad y dolor que en cualquier promesa rota. ¿Podrá el amor sanar lo que el miedo ha desgarrado?

¿Quieres que prepare el spoiler del siguiente capítulo también?