En el corazón cálido de Sueños de Libertad, donde los pequeños gestos dicen más que mil palabras, un momento tierno e inesperado sacude la rutina de la tienda y hace vibrar los sentimientos más profundos de Fina. El episodio 300 nos regala una escena que, sin grandes discursos ni revelaciones escandalosas, logra lo imposible: hacer que el amor puro, sin máscaras ni escondites, se abra paso entre las sombras de la discreción y la costumbre.
Todo comienza con una entrada silenciosa, casi mágica. Marta, sin anunciarse ni llamar la atención, se cuela en la tienda donde Fina trabaja, observándola desde la distancia con esa mirada cargada de afecto y complicidad que sólo los amores verdaderos pueden sostener. Fina, absorta en sus tareas, no se da cuenta de su presencia hasta que se gira… y ahí está: Marta, de pie, con una sonrisa que lo dice todo. El sobresalto inicial de Fina se convierte rápidamente en alegría, nerviosismo y una pizca de coquetería.
—¡Marta, por Dios! ¿Qué haces aquí? —pregunta entre risas, sorprendida y encantada al mismo tiempo.
—Solo estoy admirando la suerte que tengo de tenerte en mi vida —responde Marta con una tranquilidad que desarma.
Esa frase, tan sencilla como demoledora, hace que el mundo de Fina se detenga un instante. Ella, juguetona, le lanza una advertencia con una sonrisa pícara:
—Ten cuidado… o no voy a poder resistirme a tu encanto.
Marta sonríe aún más y le dice que guarde esas palabras para más tarde. Hay una complicidad en el aire, una intimidad tejida con hilos invisibles que sólo ellas comprenden. Fina, intentando mantener el control, le recuerda divertida que se suponía que Marta debía estar trabajando. Pero esta vez, Marta tiene otros planes.
—Andrés me cubre esta tarde. Tengo el día libre —le explica con esa mezcla de orgullo y entusiasmo que anticipa algo especial.
—¿Y eso? ¿Hay motivo especial? —pregunta Fina, curiosa y con el corazón latiendo un poco más fuerte.
—Ninguno. Solo quería estar contigo… sin testigos, sin esconderme.
Esas palabras caen sobre Fina como un susurro cargado de significado. La ternura en sus ojos lo dice todo. Porque más allá del deseo, más allá de las restricciones del lugar y del tiempo, está esa voluntad de estar juntas, de compartir sin miedo, sin la necesidad de justificarse.
Entonces Marta propone algo que habían hablado antes: ir juntas a la casa de los Montes, un refugio discreto y tranquilo donde podrían disfrutar de su amor sin interrupciones. Fina recuerda, entre risas, que Marta había prometido llevarla esa semana.
—Lo intenté… pero no pude organizarlo antes —admite Marta con una sinceridad dulce.
—Entonces tu hermano Andrés se merece un monumento —bromea Fina, aliviada y divertida, saboreando ya la promesa de esa tarde juntas.
Sin embargo, la atmósfera se ve interrumpida brevemente por la llegada del señor Rojas, que entra con un informe para doña Carmen. La profesionalidad vuelve por un instante a apoderarse del ambiente. Fina lo atiende con cortesía, mientras Marta lo observa con una mezcla de incomodidad y recelo. Cuando Rojas se va, Fina no tarda en preguntarle por qué esa actitud.
—No es nada… —responde Marta, un tanto evasiva— solo quiero mantener distancia. No quiero más situaciones incómodas como la de Santiago.
—Tranquila —le responde Fina con firmeza—. Sé cuidarme. Rojas no ha mostrado nada raro.
Pero Marta no puede evitar su instinto protector, y Fina, con una chispa de humor y algo de ironía, le lanza:
—¿De verdad vas a privar a las demás chicas de tus consejos de seguridad solo por protegerme a mí?
Marta sonríe, cede un poco y le promete que lo pensará. El momento entre ambas es una mezcla perfecta de amor, protección, confianza y ese toque juguetón que hace de su relación algo tan especial.
Antes de marcharse, Marta le dice a Fina que más tarde pasará a buscarla.
—¿No que tenías toda la tarde libre? —le pregunta Fina, riendo.
—Sí, pero primero tengo que darle unas instrucciones a mi hermano —responde Marta entre risas.
Mientras Marta se aleja, dejando tras de sí una estela de emoción y calidez, Fina se queda sola por unos instantes, sonriendo, con el corazón rebosante de ternura. La ilusión por pasar una tarde juntas, sin máscaras, sin prisas ni testigos, le dibuja en el rostro una expresión que mezcla esperanza y amor verdadero. Ese tipo de amor que, en medio de los dramas que rodean la fábrica de sueños y las batallas cotidianas por la libertad, se convierte en un refugio luminoso.
Este capítulo de Sueños de Libertad no solo resalta la relación entre Marta y Fina —dos almas que se encuentran y se eligen—, sino que también nos recuerda que en medio del caos, del juicio, de las tensiones que se viven en la residencia, el amor sigue siendo el acto más valiente de todos.
¿Podrán encontrar su espacio definitivo en un mundo que todavía castiga la diferencia? ¿Lograrán sostener su historia sin rendirse al miedo ni al qué dirán? Lo cierto es que Marta ha dado el primer paso: dejar el deber a un lado para simplemente estar… estar con Fina, sin condiciones.
Y ese gesto, aunque sencillo, es una verdadera declaración de intenciones.
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