En el universo de La Promesa, donde las intrigas familiares y las pasiones silenciadas se entrelazan con el pasado colonial, una historia escondida entre susurros comienza a emerger con fuerza devastadora. Esta vez, la tormenta se desata entre dos mujeres que lo compartieron todo y que ahora se enfrentan como enemigas irreconciliables: Eugenia Izquierdo y Leocadia de Figueroa. Una vieja amistad, larvada de celos y traiciones, se transforma en una lucha abierta que promete incendiar los cimientos de La Promesa.
La tensión crece en la hacienda mientras los recuerdos de Cuba resurgen con crudeza. Fue allí, en la isla marcada por el azúcar, los esclavos y las hogueras nocturnas, donde Eugenia, Cruz y Leocadia sellaron una amistad que pronto se tornaría envenenada. El barón de Linaja, padre de Cruz y Eugenia, se trasladó a Cuba en busca de fortuna, y con él llevaron una vida de privilegios en contraste con la miseria que los rodeaba. Leocadia, que vivía también en la isla, se unió a las hermanas en correrías nocturnas —se escapaban a escondidas para escuchar a los trabajadores cantar jazz alrededor del fuego. Una imagen idílica, si no fuera por las sombras que ya se cernían sobre esa aparente camaradería.
Aunque Cruz y Leocadia formaban un dúo inseparable, Eugenia no quedó fuera de esa tríada. Pero incluso entonces, la semilla de la discordia germinaba. Eugenia, siempre más atractiva y carismática, fue objeto de los celos silenciosos de su hermana y su amiga. Cruz llegó a confesar que nunca soportó el brillo natural de Eugenia, y Leocadia, lejos de mantenerse al margen, se convirtió en cómplice de una persecución velada que buscaba apagar esa luz.
Tras su regreso a España, los hilos del destino volvieron a tensarse. El barón compró un palacio en Cádiz, ayudado por el padre de Leocadia, y allí se trasladó la familia. Cruz se convirtió en marquesa de Luján, Eugenia fue forzada a casarse con el capitán Lorenzo de la Mata, y Leocadia, siempre presente, tejía desde las sombras el entramado que terminaría por atrapar a Eugenia en una vida de sufrimiento.
Eugenia nunca amó a Lorenzo. El matrimonio fue una imposición, un arreglo urdido con alevosía por Cruz y Leocadia. ¿El motivo? Sacar del camino a la hermana incómoda, alejar a la mujer que, pese a su fragilidad, irradiaba una bondad que contrastaba con la frialdad manipuladora de las otras dos. Eugenia fue enviada a La Pardina, el sombrío palacio de Lorenzo, donde la felicidad fue sustituida por los gritos, los golpes y la humillación. Una de esas palizas, brutal como tantas, la dejó en silla de ruedas tras caer por las escaleras. El silencio cómplice de Leocadia fue ensordecedor. Ella lo sabía todo, pero no movió un solo dedo para salvarla.
Ahora, cuando los efectos del láudano comienzan a desvanecerse y Eugenia empieza a recobrar la lucidez, se asoma una posibilidad inesperada: la venganza. Esta mujer que durante años ha sido un fantasma entre las paredes de La Promesa podría estar preparando su ajuste de cuentas. Leocadia, que se ha mantenido impune durante tanto tiempo, podría verse acorralada por el peso de sus propias decisiones. Porque si algo está claro es que Eugenia ha sobrevivido al infierno, y ahora lleva en su interior la fuerza de quien ya no tiene nada que perder.
Y hay más. Se rumorea que Leocadia guarda secretos aún más oscuros, incluso más perturbadores que los de Cruz. Su capacidad de manipulación y su crueldad podrían alcanzar niveles insospechados. Una fuente cercana asegura que en los próximos meses saldrá a la luz una información que cambiará para siempre la percepción sobre Leocadia. Aunque de momento no se puede revelar, hay quienes ya la señalan como la verdadera mente detrás de muchas tragedias ocurridas en La Promesa.
El enfrentamiento es inevitable. Eugenia, tras años de sufrimiento físico y emocional, podría al fin reclamar justicia. ¿Será capaz de enfrentarse a Leocadia y exponerla ante todos? ¿O caerá una vez más bajo el peso de la traición y el miedo? El clima está cargado, las miradas se tensan, y lo que parecía enterrado amenaza con emerger a la superficie como una marea imparable.
En resumen, lo que empieza a perfilarse es una guerra fría entre dos mujeres unidas por la historia y separadas por el rencor. Lo que antes fue una amistad entre señoritas cubanas se ha transformado en una cuenta pendiente marcada por el abuso, los celos, la manipulación y el dolor. Y mientras el palacio de Cádiz se desmorona en el olvido —símbolo de una era perdida—, el escenario actual se convierte en el nuevo campo de batalla donde las heridas del pasado arden con fuerza renovada.
Todo indica que la batalla entre Eugenia y Leocadia apenas ha comenzado, y quienes piensen que Eugenia seguirá siendo la víctima silenciosa, podrían llevarse una gran sorpresa.
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