La noche cae sobre La Promesa, pero no será una noche cualquiera. Es la noche en que las verdades ocultas emergen como fantasmas, donde cada susurro será una acusación y cada mirada un juicio. Tras una conversación decisiva con Rufino, Pía regresa al palacio con un brillo extraño en los ojos y la certeza de que ya no hay marcha atrás. Curro, testigo y cómplice silencioso de lo que está a punto de ocurrir, recibe la noticia: esa misma noche se sabrá todo. Los culpables de haber atentado contra Hann pagarán… y lo harán delante de todos, en la mesa, donde antes solo reinaba la hipocresía.
El plan es claro: una cena. Una cena que no celebra nada, pero que lo cambiará todo. Curro, con el corazón en un puño, organiza la velada. Todos deben estar presentes: señores, criados, invitados. Nadie puede faltar. Manuel, tras una tensa conversación con Curro, accede a regañadientes. Algo en la mirada del joven, en su urgencia contenida, le recuerda que el dolor aún habita en esas paredes. Y sabe, en el fondo, que todo está relacionado con Hann.
La gran mesa es dispuesta con mimo. Candelabros, cristalería impecable, platos aún vacíos que presagian un banquete sin sabores, pero cargado de veneno emocional. Los invitados llegan uno a uno, desconcertados. Leocadia presiente algo; Petra, visiblemente nerviosa, evita las miradas. Incluso Rómulo y Teresa intercambian gestos que delatan una inquietud compartida. Todo el ambiente huele a conspiración.
El primer plato aún no ha tocado los labios de los comensales cuando Alonso, desconcertado, rompe el silencio:
—¿Qué celebramos exactamente esta noche?
Manuel va a responder, pero no le da tiempo. Una puerta se abre de golpe. El golpe seco delata la llegada de lo inesperado. Rufino aparece en el umbral, acompañado por el sargento Burdina. El aire se corta, los cubiertos se detienen, las copas dejan de tintinear.
—Perdonen la interrupción —dice Burdina con voz seca—, pero esta noche no todos van a disfrutar de esta cena.
Rufino da un paso al frente, tragando saliva, consciente de que su vida ya no será la misma. Se presenta ante todos:
—Soy especialista en mezclas clínicas. Fui contratado para suministrar una sustancia… una que no estaba en ningún protocolo médico. Sabíamos que causaría colapso respiratorio. Y lo hice… —hace una pausa dolorosa, traga lágrimas—. Lo hice a petición del señor Lorenzo de la Mata.
Un silencio sepulcral invade el salón. El nombre retumba como una sentencia. Lorenzo, incrédulo, se pone de pie de un salto:
—¡Esto es absurdo! ¡Una mentira! ¡No sé quién es este hombre!
Pero Rufino no vacila:
—Tú me pagaste. Me diste instrucciones precisas. Me dijiste que no debía haber rastros. Pero cuando vi lo que le ocurrió a la joven Hann… ya no pude callar.
Burdina da el golpe final: pruebas, documentos, restos del compuesto y la firma de Lorenzo. Todo encaja. Lorenzo intenta acercarse al sargento, grita, acusa, pero Burdina no titubea.
—Lorenzo de la Mata, queda usted detenido por conspirar y facilitar la administración de sustancias ilegales que causaron la pérdida de la vida de la señorita Hann.
Leocadia se lleva las manos al rostro. Petra palidece. Curro baja la mirada. Y Pía, desde las sombras, cierra los ojos. La primera pieza ha caído. Rufino, también esposado —aunque protegido por su confesión—, es llevado junto a Lorenzo, quien grita promesas de venganza y acusa a todos de traición.
Alonso se levanta, la mirada firme y los puños apretados:
—Si esto es cierto, entonces alguien más dio la orden. Y juro que no descansaré hasta descubrir quién fue.
Sus ojos se clavan en Leocadia, que da un paso atrás. Petra, al fondo, tiembla. La última cena de la mentira ha terminado. Y con ella, comienza la primera noche de la verdad.
¿Qué opinas de esta explosiva escena de La Promesa? ¿Crees que Leocadia está detrás de todo? ¿Volverá Cruz al palacio en medio de esta tormenta? Y lo más importante… ¿Manuel podrá perdonar a su madre ahora que todo está cambiando?
Déjanos tu opinión y prepárate, porque la venganza recién empieza.