En La Promesa, el capítulo 608 nos sumerge en una jornada brutalmente desgarradora donde cada rincón del palacio tiembla bajo el peso de los secretos, las traiciones y las decisiones que nadie podrá olvidar. Eugenia, atrapada en su espiral de inestabilidad emocional, comete un acto desesperado y peligrosísimo: secuestra a Andrés, el pequeño hijo de Jana y Manuel, y lo aleja del palacio sin que nadie lo note… al menos por un instante.
La calma matinal se rompe de forma abrupta cuando Catalina y Alonso descubren con horror que el niño ha desaparecido. La habitación de los bebés, normalmente tranquila, se convierte en el epicentro de una tormenta emocional. Los gritos, las lágrimas y la confusión se apoderan de la casa. La alarma resuena por toda la finca: Andrés ha sido raptado… y la responsable es nada menos que Eugenia. La familia, desesperada, inicia una búsqueda frenética por todos los rincones del palacio y sus alrededores. Cada minuto que pasa sin saber del niño es un puñal para sus corazones.
Pero mientras la tragedia familiar estalla, otras llamas arden con igual intensidad. Pía, aún destrozada por la reciente muerte de su hermana Jana, encuentra en su dolor una determinación inquebrantable: ha descubierto una nueva pista sobre el veneno que le quitó la vida a su hermana. Una posible conexión que podría desenmascarar, al fin, al verdadero asesino. Confiesa su hallazgo a Curro, quien también vive su propio infierno emocional: dividido entre su madre, Eugenia, y los inocentes que ella pone en riesgo, su corazón se desgarra entre el deber y el amor filial.
En paralelo, el conflicto entre Petra Arcos y María Fernández alcanza su punto más álgido. María, convencida de que Petra está detrás de la campaña de desprestigio que podría acabar con la excomunión del padre Samuel, la enfrenta en el gran salón ante la mirada de todos los sirvientes. La tensión entre ambas mujeres es un duelo de palabras afiladas, miradas cargadas de veneno y acusaciones imposibles de ignorar. María, con valentía, lanza dardos directos al alma de Petra, mientras esta se refugia en su acostumbrada fachada de rectitud y victimismo.
Pero lo inesperado ocurre cuando el propio padre Samuel entra en escena. Su aparición impone silencio, respeto… y desilusión. En lugar de respaldar a María, defiende públicamente a Petra, asegurando que ha sido testigo de su devoción y que confía plenamente en su inocencia. María, herida en su fe, siente cómo todo su mundo se tambalea. Ha perdido el respaldo del único hombre que creía incorruptible, y se queda sola frente a todos, bañada en una mezcla de frustración, rabia y tristeza. Petra, por su parte, esboza una expresión que mezcla alivio con un leve destello de triunfo.
Mientras tanto, Martina no quita la vista de Jacobo, a quien cada vez encuentra más sospechoso. Intuye que esconde algo, quizás incluso un pacto con don Lisandro, y su intuición podría llevarla por un camino sin retorno. ¿Qué oculta Jacobo? ¿Es una pieza más en la red de conspiraciones que se teje entre las sombras de La Promesa?
El clima es insostenible cuando Catalina encuentra a Eugenia escondida con los mellizos, Andrés y su hermanita, en una escena cargada de tensión y dramatismo. El instinto de madre de Catalina se impone, y con voz temblorosa pero firme, intenta razonar con Eugenia, quien parece habitar ya un mundo desconectado de la realidad. La amenaza es real: ¿podrá convencerla de dejar a los niños sin que algo terrible ocurra?
Curro, que presencia la escena, debe decidir. ¿Protegerá a su madre, como lo ha hecho tantas veces, o dará un paso hacia la responsabilidad, hacia la verdad, hacia la justicia? La respuesta marcará un antes y un después en su historia.
Por si fuera poco, el bautizo de los mellizos queda en suspenso. Con el padre Samuel a punto de ser excomulgado, la ceremonia se cancela, hundiendo aún más a la familia en un mar de incertidumbre y dolor.
Y en otro rincón del palacio, mientras las emociones hierven y la tragedia sacude los cimientos de todos, Catalina de Luján se prepara para una confesión íntima. En el despacho iluminado por la luz filtrada de las persianas, se enfrenta a Adriano, el hombre que ha empezado a conocerla como nadie. Nerviosa, le habla sobre su reciente indisposición, esa que la llevó a requerir los cuidados casi constantes de la enfermera Emilia. Catalina, siempre tan fuerte y reservada, se muestra vulnerable, lo que añade un matiz emocional sutil pero poderoso a este capítulo ya de por sí explosivo.
La Promesa nunca ha tenido miedo de explorar los rincones más oscuros del alma humana, y en este episodio, lo hace con maestría. Eugenia al borde del abismo, María enfrentando al poder, Pía buscando justicia, Curro dividido, y Catalina revelando su fragilidad… Todo converge en un punto de ruptura. ¿Podrá la familia recuperar a Andrés sin consecuencias trágicas? ¿Logrará Pía dar con el culpable del crimen que aún duele como una herida abierta? ¿Y qué final aguarda a Eugenia, atrapada en su delirio y rodeada de consecuencias devastadoras?
Este capítulo es, sin duda, una tormenta emocional de alto voltaje, donde cada personaje se enfrenta a decisiones que lo cambiarán para siempre. Una historia donde la lealtad, la justicia, el amor y la traición se entrelazan en una danza peligrosa y fascinante.
No te pierdas este episodio crucial de La Promesa, el martes 3 de junio. Porque en este capítulo, nada volverá a ser como antes.
Una revelación escalofriante sacude los cimientos de La Promesa. Pía, armada de coraje y temblando de emoción, comparte con Curro el descubrimiento de unas inquietantes anotaciones médicas: no solo describen un método para crear un veneno sutil, casi indetectable, sino que los síntomas provocados coinciden con los que padeció Jana antes de su muerte. Lentamente, se dibuja un nuevo rostro de la traición: la posibilidad de que Jana no muriera por causas naturales, sino que fue víctima de un asesinato premeditado. Y lo más aterrador… hay una pista. Una conexión con un boticario que suministró esas raíces venenosas en el mismo período en que Jana enfermó.
La reacción de Curro es visceral: mezcla de horror, esperanza y una determinación feroz. Por primera vez en años, el silencio que envolvía la muerte de Jana se rompe. La búsqueda de justicia se convierte en una cruzada compartida entre él y Pía. Saben que el camino será peligroso, pero el fuego de la verdad y el recuerdo de Jana los impulsan a seguir, incluso si eso los lleva a enfrentar secretos más oscuros de lo que imaginaban.
Pero mientras una investigación secreta empieza a cobrar forma, en otra parte de la casa se desata una tragedia impensable.
Catalina, guiada por una corazonada, sube a la nursery. La encuentra sumida en penumbra, con un silencio perturbador. Allí, su tía Eugenia, que ha mostrado signos cada vez más alarmantes de inestabilidad mental, está sentada en una mecedora, arrullando lo que parece un bebé, mientras tararea una nana lúgubre. Catalina siente que algo no encaja. Ni Emilia ni las doncellas están presentes. ¿Quién está cuidando a los bebés?
La escena se vuelve escalofriante cuando Eugenia, en un estado de delirio evidente, dice que Andrés “está jugando al escondite” y que lo que acuna en brazos… es un muñeco. El horror se apodera de Catalina cuando descubre que ambos moisés están vacíos. ¡Los dos bebés han desaparecido!
En ese instante, Curro aparece, alertado por la tensión en la voz de Catalina. Ella le ruega que se lleve a Eugenia de inmediato, lejos de los pequeños, y que encuentre a Emilia cuanto antes. Con una calma forzada, Curro convence a su madre de acompañarlo, inventando la excusa de un nuevo libro de ilustraciones. Eugenia, confundida pero fascinada por la idea, acepta. La manipulación sutil de Curro funciona, aunque Leocadia, siempre lista para clavar su lengua ponzoñosa, no pierde oportunidad de insinuar crueldad en alejar a Eugenia de sus nietos.
Mientras tanto, Catalina, sola en la habitación, entra en una espiral de desesperación. Revisa cada rincón, grita, llora, busca entre las cunas, armarios, cortinas… pero no hay rastro de los bebés. El silencio de la casa se vuelve un eco siniestro del miedo que la consume.
Cuando Alonso, el marqués, aparece con noticias sombrías sobre el bautizo —el padre Samuel ha sido oficialmente excomulgado, desatando un nuevo escándalo sobre la familia—, Catalina apenas puede sostenerse. La preocupación por los niños pesa más que cualquier desgracia eclesiástica. Finalmente, se derrumba emocionalmente ante su padre y le revela la verdad: los bebés han desaparecido.
Ambos suben a la nursery, con el corazón palpitando al borde del colapso. El horror se hace carne cuando comprueban con sus propios ojos que los moisés están vacíos. Catalina lanza un grito desgarrador, que sacude las paredes de La Promesa como un trueno de angustia. Alonso, atónito, se tambalea, sintiendo que el infierno ha abierto sus puertas dentro de su propio hogar. El nombre de los mellizos —Andrés y Aurora— resuena en el aire como un lamento desgarrador.
Con la desaparición de los bebés, el estado mental de Eugenia, las insidias de Leocadia y la sombra venenosa del pasado que regresa con la muerte de Jana, La Promesa se convierte en un hervidero de traiciones, secretos y caos. La búsqueda de justicia se cruza con el pánico más primitivo: la pérdida de unos inocentes. La tragedia alcanza nuevas cotas y, mientras cae la noche sobre la finca, cada rincón parece esconder una verdad que podría romperlos a todos.
La promesa de proteger, la promesa de amor, la promesa de justicia… todas han sido puestas a prueba. Y el precio será altísimo.
