‘La Promesa’, avance semanal del 2 al 6 de junio: Nada volverá a ser igual

“La Promesa” se desangra lentamente. Del 2 al 6 de junio, el palacio se convierte en un campo de batalla emocional, donde la tragedia, el remordimiento y las conspiraciones son los verdaderos protagonistas. El aire huele a traición y a miedo. Y nada, absolutamente nada, volverá a ser igual.

Todo comienza el lunes, con el capítulo 607, teñido por la sombra de Jana. Su ausencia no es silencio, es un grito que retumba en cada rincón del palacio. Pía, atormentada y lúcida, se convierte en la única capaz de oler lo que otros ignoran: el cianuro no vino de La Promesa. Es un mal ajeno, implantado con un propósito oscuro. Esa certeza la empuja a una cruzada personal, decidida a encontrar al verdadero responsable de la muerte de Jana… aunque tenga que atravesar el infierno para lograrlo.

Mientras tanto, Curro es consumido por una culpa devastadora. Creyó estar ayudando, pero terminó matando a la única persona que siempre lo defendió. Vagando por los pasillos como un alma errante, sufre en silencio un calvario del que no puede escapar. Pía, viendo su dolor, decide cargar ella misma con la investigación si él no es capaz de hacerlo. Porque Jana merece justicia. Y Curro, redención.

Leocadia, siempre letal en las sombras, ataca el flanco más vulnerable: la mente quebrada de Eugenia. Con insinuaciones sutiles y mentiras envenenadas, la convence de que Catalina la envidia, que le quiere arrebatar el cariño de sus sobrinos, Gabriel y Andrés. Eugenia, atrapada entre la paranoia y la fragilidad emocional, comienza a ver en su cuñada a una enemiga que no existe… hasta que la locura hace el resto.

Pero Catalina y Pía no están dispuestas a ver cómo Eugenia se derrumba del todo. Saben que Emilia, la enfermera, es el único ancla que mantiene a Eugenia atada a la realidad. Deben impedir que se marche, cueste lo que cueste. Por eso, traman un plan lleno de silencios y verdades a medias, sabiendo que cualquier paso en falso podría costarles caro, especialmente si Cruz se entera.

En otro frente, María Fernández sufre un golpe devastador: la excomunión del padre Samuel. Su fe tambalea, pero su ira crece. No duda en señalar a Petra como la responsable de esta desgracia, acusándola de haber envenenado al obispo con sus palabras. María se levanta contra Petra con la furia de quien ha perdido su brújula espiritual. Las cocinas, testigos de tantos secretos, estallan en rumores y enfrentamientos, mientras Petra empieza a perder poder ante los suyos.

Rómulo, por su parte, guarda un dolor silencioso. Intenta acercarse a Emilia, buscando respuestas sobre ese misterioso “esposo” que nadie ha visto. Intuye que hay mentiras, que el pasado de Emilia oculta una herida profunda. Pero no presiona. La mira con una mezcla de compasión y deseo no confesado, sin atreverse a cruzar esa línea invisible entre lo profesional y lo personal.

En los salones, la tensión no es menor. Martina sospecha de la relación entre su prometido, Jacobo, y el Duque de Carvajal y Cifuentes. Adriano ha sembrado la duda, y la actitud servil de Jacobo hacia el duque solo empeora las cosas. Martina comienza a dudar de todos. ¿Y si el hombre con quien se va a casar es cómplice de una red de corrupción o algo peor?

El bautizo de los mellizos se convierte en un símbolo del caos. Petra intenta reafirmar su autoridad, pero María Fernández, humillada por las acusaciones de desobediencia y pérdida de fe, explota públicamente. Su discurso es demoledor. Acusa a Petra de haber traicionado al padre Samuel y la llama “la Judas” del servicio. Sus palabras arrastran a Petra al descrédito, mientras Candela, siempre conciliadora, intenta poner paz en otro frente: Toño. Ruega a Simona que le dé una segunda oportunidad a su hijo, pero la desconfianza está sembrada, y Simona no perdona con facilidad.

Curro, mientras tanto, se encuentra atrapado en una espiral oscura. El dolor por Jana, la culpa, el miedo por su madre Eugenia… todo lo desborda. Y en medio de ese abismo, surge una chispa inesperada: Ángela. Ella lo escucha, lo sostiene, lo comprende. Por un instante, sus manos se tocan, y en ese gesto hay más redención que en todas las confesiones. Aunque su amor parezca imposible, aunque desafíe todas las normas, esa noche se sienten vivos por primera vez en mucho tiempo.

Pero el mundo sigue girando, implacable. Lorenzo, pragmático y cruel, presiona a Alonso para que interne nuevamente a Eugenia. “Es un peligro para todos”, sentencia. Alonso se resiste, aferrado a un pasado que se desmorona, incapaz de aceptar que la mujer que amó ya no existe.

Y cuando parece que no puede haber más veneno en el aire, Leocadia vuelve a actuar. Se acerca a Eugenia y le susurra una nueva mentira, otra gota de veneno: “Catalina está celosa de ti… de tu vínculo con Andrés”. Eugenia, rota, comienza a odiar a Catalina. El monstruo ya está suelto, y nadie sabrá cómo detenerlo.

Así termina una semana que dejará heridas abiertas, alianzas rotas y verdades que sangran. La Promesa ya no es ese palacio que prometía protección y futuro. Es ahora un campo de ruinas emocionales, donde cada personaje lucha por no perderse del todo.

Y lo peor… aún está por venir.Uploaded image

a tragedia acecha en cada rincón de La Promesa, y lo que parecía ser una semana de celebraciones se convierte en un carrusel de ruinas emocionales, traiciones desgarradoras y pasiones al borde del abismo.

La tensión entre Martina y Jacobo se transforma en una bomba de relojería. Lo que antes era una relación de complicidad se ha desintegrado en un campo de batalla lleno de reproches, silencios insoportables y desconfianza. Martina ya no reconoce al hombre al que una vez se entregó; Jacobo, harto de los cuestionamientos constantes, se plantea romper el compromiso. Lo que los unía se ha convertido en una prisión invisible, donde cada palabra es una herida y cada mirada, un juicio.

Pero mientras unos vínculos se deshacen, otros comienzan a tejerse con hilos suaves y verdaderos. Rómulo y Emilia, dos almas golpeadas por la vida, encuentran en el otro un remanso de paz. Lejos del ruido y del drama, comparten silencios cómodos y recuerdos que florecen como pequeñas luces en la oscuridad. Lo que nace entre ellos no es solo amistad: es la semilla de un amor inesperado, delicado, que crece como una esperanza en medio del desastre.

En paralelo, Toño, arrinconado por la culpa y la presión de su madre Simona, intenta redimirse. Pero su confesión, aunque inicia con honestidad, termina siendo un espejismo. Admite algunos errores, pero oculta lo más turbio. Simona, madre hasta la médula, siente el desgarro entre el amor que lo protege y la decepción que la corroe. Sabe que no ha escuchado toda la verdad, y esa sombra de mentira siembra una desconfianza aún más profunda.

Mientras tanto, los preparativos para el bautizo continúan, pero el ambiente es denso, casi irrespirable. La exclusión de Eugenia es el silencio más sonoro de la celebración. Nadie lo dice, pero todos lo sienten. Y Petra, con el alma destrozada por su pasado reciente, intenta limpiar no solo el suelo del palacio, sino también su nombre. Su desesperación es tan visible como inútil: la condena ya está dictada y los murmullos de María Fernández la señalan sin piedad.

Y llega el jueves, cargado de presagios. En un giro devastador, Catalina toma la decisión más dura: despedir a Petra. La orden, ejecutada por un dolido pero firme Rómulo, cae como un hachazo sobre ella. Petra se desploma, física y emocionalmente, sintiendo que ha perdido más que un trabajo: ha perdido su dignidad, su lugar, su propósito.

Pero mientras Petra cae, Leocadia asciende. Con su inversión en el proyecto de Manuel, se convierte en la nueva titiritera de los Luján. Su apoyo tiene condiciones que huelen a traición: exige la mayoría de las acciones. Es un pacto que Manuel y Alonso aceptan por necesidad, sin ver que están entregando su alma. Leocadia sonríe como una loba que acaba de encerrar a sus presas.

Y en medio de este torbellino de tensiones, llega el bautizo. Un evento que debería ser sagrado, puro, se convierte en el epicentro del horror. El Duque de Carvajal y Cifuentes, ajeno al caos latente, asume su papel de padrino mientras los asistentes fingen calma. Pero Curro pronto descubre lo impensable: Eugenia ha desaparecido… y se ha llevado una pistola.

El grito que lanza Curro es interno, desgarrador. Corre desesperado por los pasillos de La Promesa, y cuando llega a la capilla, el infierno ya se ha desatado. Eugenia entra como una sombra enloquecida, con los ojos desorbitados, la ropa rota y un arma temblorosa en la mano. El tiempo se congela. Nadie sabe si apuntará al bebé, a Catalina, a Alonso… o a todos.

Y entonces, los disparos. El eco de la pólvora retumba en los muros sagrados. Entre gritos y confusión, Eugenia arrebata al pequeño Andrés de los brazos de su niñera y escapa hacia el torreón, el punto más alto y peligroso de la finca. Curro la sigue, impulsado por un miedo atroz: el de perderlo todo.

En lo alto del torreón, Eugenia se asoma al abismo. Grita con furia, con dolor, con locura: “¡No se acerquen o salto! ¡Salto con él!”. El viento azota sus cabellos, el bebé llora, y Curro –con el alma hecha trizas– intenta razonar con la mujer que alguna vez fue su madre. ¿Puede la ternura detener la locura? ¿Puede una súplica salvar a dos vidas al borde del vacío?

El viernes llega como una resaca de pesadilla. La Promesa está herida, quebrada. Nadie sabe con certeza si hubo víctimas por los disparos, si Eugenia cayó, si Andrés está a salvo. Las preguntas, afiladas como cuchillos, flotan en el aire. ¿Logró Curro detenerla? ¿O el torreón fue el escenario final de una tragedia irredimible?

En medio del caos, las consecuencias se multiplican. Leocadia, al enterarse del despido de Petra, estalla. No por compasión, sino por orgullo: Catalina se atrevió a decidir sin consultarla. Su poder ha sido cuestionado, y eso desata una guerra interna entre las dos mujeres. Una guerra que promete arrasar todo a su paso.

El padre Samuel, excomulgado y dolido, recibe un golpe aún más cruel: su caso fue la excusa usada para justificar el despido de Petra. El hombre de fe se siente manipulado, arrastrado por una corriente de intereses mezquinos que nada tienen que ver con el evangelio que predica.

Y sin embargo, incluso entre las ruinas, nace una chispa. Emilia, conmovida, cansada de tanto sufrimiento, busca a Rómulo. Se encuentran en el jardín, en medio de los rosales marchitos. Y allí, sin palabras grandilocuentes, ocurre lo impensable: se besan. Un beso largo, verdadero, que no necesita explicación. Un beso que dice: “Aquí estamos, vivos, resistiendo. Juntos.”

Un instante de amor que, aunque pequeño, brilla con la fuerza de una estrella en medio de un cielo cubierto de cenizas.

¿Deseas que continúe con el spoiler del lunes siguiente? Puedo darte la continuación emocional de esta tragedia.

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