En un capítulo cargado de silencios tensos, decisiones trascendentales y giros inesperados, Sueños de libertad nos entrega una escena que marca un antes y un después en la historia. El despacho de la fábrica, testigo de incontables batallas familiares, vuelve a ser el escenario donde se juega el destino de los de la Reina. Esta vez, con María como protagonista indiscutible.
María entra empujada por Olga, su fiel enfermera. Va en silla de ruedas, pero su presencia impone, firme y serena. Dentro del despacho la esperan Damián y Andrés, ambos expectantes. Andrés la recibe con cortesía, y ella responde con esa misma educación que oculta el fuego interior de una mujer decidida. Damián, sin perder tiempo, le lanza la pregunta directa: “¿Has tomado una decisión?”
El ambiente se carga de tensión. María le pide a Olga que los deje a solas. Es el momento de hablar sin testigos, sin máscaras. Cuando la enfermera se marcha, María revela que recientemente se ha reunido con don Pedro. La sola mención de su nombre enciende a Damián, que reacciona con desconfianza y la acusa de alinearse con su rival. Para él, eso equivale a traicionar a la familia.
Pero María no se deja provocar. Con voz firme, pide que no saquen conclusiones antes de escucharla. Explica que lo que le dijo a Pedro es exactamente lo que ha venido a comunicarles a ellos. No hay dobles intenciones, no hay jugadas ocultas. Ha decidido que la empresa no debe embarcarse en el costoso desarrollo de un nuevo perfume. En su lugar, propone utilizar una de las fórmulas ya existentes, diseñadas por Luis, el difunto esposo de Begoña. Es una estrategia práctica, lógica y rentable.
Damián, con tono sarcástico, le responde que esto no se trata de fórmulas ni de fragancias, sino de una lucha de poder: Pedro contra él. Y aunque María no niega que el conflicto de fondo existe, aclara que su decisión no nace de ambiciones personales. Lo que la mueve es el bienestar de Julia, su hijastra, la niña que ha sufrido las consecuencias de tantas peleas, rivalidades y desconfianzas.
Con voz quebrada por la emoción, les recuerda que fue Jesús, el padre de Julia, quien le pidió que protegiera sus intereses. Y esa promesa pesa como hierro en su conciencia. María solo quiere que terminen las guerras internas, que se imponga la calma. Que Julia pueda tener un entorno en paz.
En un acto de sinceridad absoluta, declara que nadie la ha presionado. Ha tomado esta decisión sola, meditada, desde su conciencia. Damián, desconcertado, cambia su expresión. Por primera vez en mucho tiempo, reconoce que María está de su lado… y eso lo alegra. María le lanza una mirada directa y le dice que le gustaría que confiara más en ella. Andrés, por su parte, se muestra conmovido y le agradece profundamente su gesto. Reconoce la valentía que implica ponerse en el centro de una batalla como esta, sin buscar beneficios personales.
Con todo dicho, María propone formalizar la decisión: redactar el acuerdo y someterlo a votación para hacerlo oficial. Pero el ambiente no se relaja. Damián, siempre un paso más allá, plantea la posibilidad de que Pedro, sabiendo lo que María iba a decidir, ya haya informado a la familia Merino. María, sin evasivas, admite que es posible. Pero su serenidad desarma cualquier intento de reproche. Sabe muy bien lo que está haciendo.
Antes de marcharse, se dirige a Andrés con una petición sencilla: quiere pasar por la tienda antes de volver a casa. Andrés se ofrece a acompañarla, pero ella lo rechaza con una sonrisa amable. “Olga puede encargarse”, dice, y vuelve a llamar a su enfermera. Olga entra de inmediato, lista para llevarla. Pero antes de irse, María le pide a Andrés que, más tarde, pase a buscarlas. Un gesto que encierra confianza, cercanía y una sutil intención de mantener los lazos intactos.
Cuando se quedan solos, Damián, aún digiriendo la escena, le confiesa a Andrés: “Tu esposa no deja de sorprenderme”. Andrés sonríe, con una mezcla de orgullo y alivio: “Esta vez, para bien”.
Y es que María no solo ha tomado una decisión empresarial. Ha dado un paso firme en su transformación personal. Ya no es la figura debilitada por la enfermedad, ni la mujer atrapada entre dos fuegos. Ahora es una voz propia. Una presencia que habla con sensatez, que se mueve con criterio, que piensa en los demás sin dejar de pensar en sí misma.
Su gesto ha causado un fuerte impacto tanto en Damián como en Andrés. Ha dejado claro que es capaz de ver más allá de los conflictos de poder, de poner el bienestar de Julia —y de todos— por encima de intereses personales o familiares. Y lo ha hecho con una calma que desarma, con una determinación que no necesita levantar la voz para imponerse.
Este capítulo marca un punto de inflexión para María. Su decisión no solo cambia el rumbo de la empresa, también transforma la percepción que los demás tienen de ella. Ya no es solo “la esposa de Andrés”. Es una figura clave, una mujer que, incluso desde su silla de ruedas, ha demostrado tener el control del timón cuando todo parecía a la deriva.
El despacho de los de la Reina ha sido escenario de muchas batallas… pero pocas tan dignas y reveladoras como esta.
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