Ferit ya no podía aguantar más. La coraza que llevaba puesta desde hacía tanto tiempo finalmente se resquebrajó bajo el peso del amor que sentía por Seyran. Era imposible seguir fingiendo. Cada vez que la veía, cada segundo lejos de ella, se convertía en una herida más. Y por eso, cuando Seyran volvió a poner límites, recordándole que mientras siguiera comprometido con Diyar no podrían estar juntos, Ferit tomó una decisión radical.
Sin pensarlo más, se quitó el anillo de compromiso y lo lanzó lejos. Miró a Seyran a los ojos y la besó con la pasión contenida de meses de espera, dolor y esperanza. En ese instante, el mundo pareció detenerse. No existía más el pasado, ni Diyar, ni el miedo: solo ese beso que sellaba una promesa no dicha.
Ferit soñó con un nuevo comienzo. Volver a casarse con Seyran. Empezar otra vida. Sin embargo, lo que no sabía era que Diyar ya había tejido su trampa. Sabía que Ferit la iba a dejar… y estaba dispuesta a todo para evitarlo.
Después de conversar con su madre Binnaz y su abuelo, Diyar se aseguró de que ambos regresaran a Samsun. Quedaría sola en la mansión, y esa soledad le daría el terreno perfecto para ejecutar su plan más oscuro. En su mente, ya todo estaba calculado.
Ferit fue a verla con intención de terminar todo. Pero ella ya lo había previsto. Para manipular su conciencia, decidió convertirse en una víctima. Contrató a un hombre para que le disparara en la pierna, lo justo para causar piedad pero sin poner en riesgo su vida. Luego, como segunda parte del montaje, envió un mensaje amenazante a su propio teléfono, haciéndolo pasar por Sinan. Todo debía parecer un ataque brutal… y lo fue.
La noticia del disparo a Diyar sacudió a la mansión como un rayo. Ferit fue el primero en enterarse. Lo comunicó de inmediato a Seyran y al resto. La reacción de Seyran fue devastadora: entre la sorpresa, la culpa y el dolor, no pudo evitar sentir que, indirectamente, ella era responsable del sufrimiento de otra mujer.
Mientras Diyar se recuperaba de su herida leve en el hospital, no dejó de interpretar su papel: ojos llorosos, suspiros fingidos, tono frágil. Miraba a Ferit como si él fuera su salvador. Y él, confundido, caía poco a poco en la trampa. Incluso Suna y Abidin quedaron perplejos ante la supuesta gravedad del ataque. Nadie podía imaginar que todo era un montaje.
Pero había una persona que comenzó a sospechar: Seyran.
La lógica no cuadraba. ¿Sinan? ¿Con una moto? ¿Un mensaje escrito con letra diferente? Las incoherencias saltaban a la vista. Cuando Seyran le planteó sus dudas a Diyar, esta desvió hábilmente el tema, fingiendo cansancio. Pero Seyran ya había encendido la chispa de la sospecha.
Aun así, por compasión o por presión, Ferit terminó llevando a Diyar a la mansión. Aquello fue un puñal para Seyran. La vio llegar, caminando con dificultad, sostenida por el hombre al que amaba. Esa imagen le rompió el alma.
Diyar fue instalada en una habitación vacía. Y desde ese momento, su plan siguió su curso: llamar constantemente a Ferit, mostrarse agradecida, vulnerable, dependiente. Cada gesto calculado, cada palabra medida. Todo para que él no pudiera soltarla. Y lo estaba logrando.
Seyran, sin perder la calma, tomó una postura firme. Le dejó claro a Ferit que no toleraría ningún tipo de vínculo emocional con Diyar. Pero Ferit, atrapado entre el deber y el deseo, se hundía cada vez más en una confusión sin salida.
Mientras tanto, Betül ejecutaba su propia estrategia para encubrir el verdadero origen de su embarazo. Se reunía en secreto con Tayfun, el verdadero padre del bebé, y lo sobornaba para que cambiara las muestras en la prueba de paternidad. Tayfun, cegado por el dinero, aceptó sin escrúpulos. Solo le importaba una cosa: obtener beneficios.
Por otro lado, Ayşen decidió actuar por su cuenta. Salió en secreto a buscar a Sinan, quien, al verla, le juró que no había atacado a Diyar ni enviado ningún mensaje. Ayşen no sabía qué creer. Si él decía la verdad, entonces alguien más estaba detrás de todo. Y esa sospecha crecía en su interior.
De regreso en la mansión, Ferit intentaba acercarse a Seyran. Pero ella, dolida, mantenía la distancia. Diyar seguía siendo una presencia tóxica entre ellos. En busca de consuelo, Seyran se refugió en la sabiduría de Halis Korhan. Él, al escucharla, comprendió que su nieta política estaba viendo lo que nadie más quería ver: Diyar estaba manipulando la situación.
Hattuç, intentando restaurar la armonía, organizó una cena familiar. Pidió expresamente que Ferit y Diyar bajaran a la mesa. Seyran, en un gesto de dignidad, fue a buscar a Diyar. Esta intentó retener a Ferit con excusas, pero Seyran se adelantó, le ofreció ayuda para vestirse y, en ese breve encuentro, comenzó una guerra silenciosa. Cada pregunta de Seyran era una trampa disfrazada de amabilidad. Diyar respondía con cuidado, sabiendo que su fachada comenzaba a resquebrajarse.
En la cena, el ambiente fue tenso. Se habló del atentado, de Sinan, de la empresa. Ferit anunció que él y Abidin habían trazado un plan para atrapar a Sinan. La familia, por fin, sintió algo de alivio.
Pero la batalla emocional solo estaba empezando.
Diyar supo que la única forma de mantenerse en la mansión era volviendo indispensable… o completamente vulnerable. Seyran, en cambio, se armó de paciencia y estrategia. Porque sabía que lo que estaba en juego no era solo su amor por Ferit, sino su dignidad, su lugar en la casa… y la verdad.
Y mientras el peligro rondaba en la sombra, la guerra entre el corazón y la razón seguía su curso bajo el mismo techo.
¿Quieres que prepare una segunda parte desde el punto de vista de Diyar o Seyran? También puedo desarrollar el “plan de captura” contra Sinan o el colapso emocional de Ferit más adelante.