En uno de los momentos más tiernos y profundamente reveladores de Sueños de libertad, el amor entre Marta y Fina da un paso decisivo. Es tarde en la noche, y la luz aún encendida en la oficina de Marta sirve como faro para una Fina que, aunque bromea y entra con aire juguetón, en realidad ha sido guiada por el deseo de verla. Esa luz es su excusa perfecta para acercarse. Entre miradas cómplices, silencios significativos y una conversación que transita entre el humor y la emoción contenida, se despliega una escena cargada de ternura, nostalgia… y sueños compartidos.
Todo comienza con una conversación ligera, una de esas que esconden anhelos. Fina, con ese tono pícaro que la caracteriza, le pregunta a Marta si aún está trabajando. Marta sonríe, le dice que solo está organizando un poco. Pero lo que realmente están ordenando ambas es el caos interno de los sentimientos no dichos. Cuando Marta le pregunta cómo sabía que era ella quien iba a entrar, Fina responde con una sinceridad inesperada: no lo sabía… pero lo deseaba. Estaba esperando que fuera ella. Esa simple frase rompe la superficie y deja al descubierto el mar de emociones que ambas llevan dentro.
Fina confiesa tener miedo de haber sido demasiado frontal la última vez que hablaron del tema de los hijos. Pero Marta la calma: le da la razón. No se puede hablar de tener un hijo como si fuera un mero trámite social o una estrategia política para cubrir apariencias. Ambas saben que algo tan profundo y transformador no puede tomarse a la ligera.
Entonces, un objeto en el escritorio de Marta cambia el tono por completo: una vieja fotografía. Es ella de bebé, en brazos de su madre el día de su bautizo. La imagen desata una ola de recuerdos y emociones. Fina se conmueve profundamente al ver la expresión de amor en el rostro de la madre de Marta. Ambas mujeres evocan lo que significa ese cariño materno: los besos de buenas noches, el consuelo tras una pelea con los hermanos, las manos que sanan con solo un gesto.
En ese estado de vulnerabilidad compartida, Marta se atreve a hacer una pregunta que cambiará el rumbo de la conversación… y posiblemente de sus vidas. Con voz suave pero directa, le pregunta a Fina si alguna vez ha pensado en ser madre.
Fina responde con un suspiro, admitiendo que ha tenido pensamientos fugaces, fantasías, pero siempre los ha descartado. No es el tipo de mujer que se casa ni tiene hijos, y menos aún en una sociedad que condena el amor que ambas comparten. Pero Marta la interrumpe, con una mezcla de valentía y ternura. Le dice que no está hablando de hijos con un hombre.
El silencio cae como un manto. Fina se ríe nerviosa, lanza una broma sobre milagros divinos y menciona a la Virgen María, buscando desviar la atención. Pero Marta no se deja arrastrar por el humor. Su expresión es seria, vulnerable. La mirada fija en la de Fina. Entonces, sin rodeos, le lanza la pregunta que la deja sin aliento:
—¿Te gustaría tener un hijo… conmigo?
Fina se queda sin palabras. El corazón le late con fuerza. La emoción la supera. Después de una pausa que parece contener años de deseo reprimido, responde con una sinceridad desarmante:
—Si pudiera ser… claro que me encantaría ser madre contigo.
Marta sonríe, con los ojos llenos de lágrimas contenidas, y le dice que está segura de que Fina sería una madre maravillosa. En ese instante, entre las paredes de una oficina silenciosa y el calor de dos manos entrelazadas, nace un sueño que ninguna de las dos se atrevía siquiera a imaginar como posible.
Pero justo cuando el momento parece alcanzar su cumbre más emocional, Marta lanza una revelación que lo sacude todo: Pelayo, su marido, ha hecho una propuesta inesperada. Le ha sugerido que, si deciden tener un hijo, ese hijo podría ser de los tres.
La idea es tan inesperada como revolucionaria. Fina la escucha con los ojos muy abiertos, sin saber si reír, llorar o correr. No sabe si Pelayo habla desde la generosidad o desde un deseo desesperado por retener algo de Marta. Pero en ese momento, la locura de la propuesta se mezcla con la posibilidad de algo nuevo, audaz, profundamente humano.
¿Una familia de tres? ¿Un niño criado con amor, aunque no dentro del modelo tradicional? ¿Y si eso, precisamente, fuera lo que necesitan?
Fina no da una respuesta inmediata. Está demasiado abrumada por lo que todo eso implica: su historia, sus miedos, la sociedad que las juzga, y el amor que siente por Marta. Pero lo que sí deja claro es que esa conversación ha abierto una puerta. Una puerta hacia una vida que no se atrevía a imaginar.
En el fondo, ambas saben que lo que tienen no es común. Que sus caminos están llenos de obstáculos. Pero también saben que lo que sienten es real. Que ese amor merece una oportunidad, incluso si eso significa construir una familia bajo sus propias reglas.
La escena termina con un silencio denso, pero lleno de promesas. Fina acaricia la fotografía de la madre de Marta y la devuelve al escritorio. Luego, se gira hacia ella con una media sonrisa, mezcla de miedo y esperanza.
—No sé cómo sería todo esto… pero si es contigo, quizá valga la pena intentarlo.
Y así, en medio de la noche, dos mujeres que han aprendido a sobrevivir en la sombra comienzan a soñar con un futuro en el que tal vez, solo tal vez, puedan vivir a plena luz. Y con un hijo entre ambas, tal vez también puedan dejar atrás el miedo… y construir algo nuevo. Algo verdaderamente libre.
🎬 “Sueños de libertad” capítulo 343 nos regala una escena inolvidable entre Marta y Fina, donde la ternura, la valentía y el amor desafían todo lo establecido. Un giro inesperado convierte un anhelo en posibilidad real.