El capítulo 346 de Sueños de Libertad se abre con un aire denso y tenso en la fábrica. La reciente irrupción en el dispensario ha dejado a todos sacudidos. Marta, visiblemente preocupada por el estado emocional de Begoña tras el robo, propone que permanezca en casa un tiempo. Don Pedro, con una actitud autoritaria, acepta la sugerencia… aunque lo que realmente le quita el sueño es el golpe a la autoridad que representa este crimen.

“Lo que ha pasado es grave”, afirma con contundencia, negándose a minimizar lo ocurrido como si se tratase de un simple hurto de medicamentos. Para él, el verdadero crimen es que alguien haya osado atacar Sueños de Libertad tan impunemente, convencido de que allí nada tendría consecuencias. Es un mensaje que no está dispuesto a tolerar. “Nosotros también somos responsables”, dice, apuntando hacia sí mismo con dureza. “He sido demasiado blando. Esto es jauja para los delincuentes, y eso se ha acabado.”

Entre la tensión institucional y los reproches de Don Pedro, la verdadera llama de este episodio nace en el corazón de dos mujeres: Fina y Marta.

Ambas se reúnen con Luz para hablar sobre la fecundación artificial. Lo que parece un trámite médico se convierte en una confesión emocional desgarradora. Fina, con la voz temblorosa y el alma al borde, le confiesa a Marta su miedo: “Si algo te pasara en el proceso… yo me muero”. Marta la intenta tranquilizar, asegurándole que es un procedimiento seguro, pero Luz percibe el nerviosismo que se oculta tras la voz quebrada de Fina. “Lo único que puede salir mal”, les dice con dulzura científica, “es que no haya fecundación, y habría que repetir el proceso.”

La conversación se intensifica cuando Luz pregunta por Pelayo. Marta responde sin dudar: “No va a poner problemas.” Pero lo que sigue es un secreto guardado con el alma: Marta le revela a Luz lo que realmente ocurre entre ellas, sellando su confianza con un pedido casi sagrado de confidencialidad.

Y Luz cumple. “Lo que me has contado no saldrá de aquí. Me alegro por vosotras. Sois valientes.” Pero es precisamente esa valentía la que Fina empieza a cuestionar. Cuando Luz se marcha y las deja solas, el muro que sostiene a Fina comienza a resquebrajarse. Marta, con el corazón lleno de amor, le dice: “Yo quiero formar una familia contigo. Pero si tú no quieres…” Y es ahí cuando Fina, entre sollozos contenidos, admite lo que le carcome el alma: “¿Nunca te ha pasado querer algo con toda tu alma, pero tanto, que te cuesta dar el paso?”

Marta, en un susurro lleno de ternura, le recuerda que solo le ha pasado una vez: cuando empezó a enamorarse de Fina. Esas palabras, ese amor que ha sobrevivido a tantos miedos, termina por sanar las dudas: “Tengamos ese hijo, Marta. Formemos nuestra propia familia.” Es el compromiso más íntimo, más frágil y más poderoso que pueden hacerse dos mujeres en la sombra de una época hostil.

Pero mientras Marta y Fina avanzan entre dudas y amor, otra pareja se enfrenta a una ruptura casi inevitable.

Luz visita a Luis en el laboratorio. Él, feliz, absorto en sus planos y sus sueños, no tarda en percibir que ella está distante. Sospecha que algo cambió la noche anterior. Y tiene razón.

Luz, que siempre ha sido firme y decidida, duda ahora de su deseo de ser madre. No porque no quiera una familia con Luis, sino porque está viendo cómo se abren ante ella caminos que antes parecían imposibles: especializarse, escribir, abrir su clínica. “¿Comprendes que quiera disfrutar de mi profesión ahora que ya no tengo que esconderme?”, le pregunta.

Luis, incapaz de comprender, responde con un juicio duro: “Estás anteponiendo tu vida profesional a la personal.” Luz, herida, le lanza la pregunta que lo deja sin palabras: “¿Vas a dejar tú tu carrera para criar a un hijo? ¿Cambiar pañales, dar biberón, quedarte en casa?”

Luis no responde. Y ese silencio es todo lo que Luz necesitaba para comprender que lo que se le exige no es amor, sino renuncia. “No me estás negando tener un hijo —le reprocha Luis—, lo que me parece horrible es que no fuiste sincera.” Pero Luz no se queda callada: “Quizás no quiero ser madre. Porque no me veo capaz de renunciar como otras mujeres lo hacen. Porque mi sueño también importa.”

La conversación termina con un abismo entre los dos. Luis se siente traicionado. Luz, liberada pero triste, comprende que incluso el amor más profundo puede romperse cuando uno de los dos se niega a escuchar los sueños del otro.

Y así, mientras Don Pedro planea aplicar mano dura, mientras Salvador aún desconoce la tormenta emocional que vive Fina, y mientras los muros de Sueños de Libertad se estremecen por la pérdida de confianza, el capítulo 346 se convierte en una reflexión punzante sobre la valentía de amar, la libertad de elegir, y el precio que muchas mujeres deben pagar por querer algo más.

Porque hay muchas formas de soñar con libertad… y muchas formas de perderla.