En un giro devastador y sangriento, Una nueva vida entra en una de sus etapas más oscuras y dramáticas. Todo comienza con el colapso emocional de Akın, quien, frente a la frialdad de su madre Mezide, alcanza el punto de no retorno. Las palabras llenas de odio que recibe de quien debía protegerlo se convierten en el desencadenante de una tragedia fulminante: Akın le dispara a su madre y, segundos después, apunta el arma hacia sí mismo. Todo ocurre frente a Ferit y Seyran, que apenas pueden reaccionar.

Seyran, herida en el suelo y con el rostro pálido, es tomada en brazos por Ferit, quien corre desesperado al hospital. Cada segundo del trayecto se convierte en una tortura emocional para él: teme perderla, teme no llegar a tiempo. Mientras tanto, otro terremoto se agita en las sombras. İfakat, desterrada de la mansión, acude a la casa de una vidente, donde revela el pecado más oscuro de su pasado: la muerte de Fazilet, la esposa de Halis Korhan, no fue un accidente. Ella lo planeó. Esta confesión pone en marcha un efecto dominó de secretos, mentiras y ajustes de cuentas inminentes.

En el hospital, el dolor lo inunda todo. Ferit, con el alma hecha pedazos, espera las palabras del médico mientras observa impotente a Seyran en cuidados intensivos. Su cuerpo está cubierto de cicatrices, hematomas y quemaduras químicas. La pesadilla es real y visible. Esme, Kazım y Suna acuden también, pero nada puede calmar el vacío que se ha instalado en el corazón de Ferit. Cuando Halis Korhan llega, Ferit lo enfrenta con furia contenida. No le perdona haber encerrado a Seyran ni haberla dejado desprotegida. Por primera vez, Halis no encuentra palabras para responder.

La declaración médica congela a todos: Seyran ha sido víctima de torturas físicas y químicas de una brutalidad inhumana. Pero lo peor no son solo las heridas en su cuerpo, sino las que se han arraigado en su mente y en su espíritu. El doctor advierte que su recuperación será lenta y exigirá más amor que nunca. La familia, que hasta ahora vivía entre máscaras y silencios, empieza a entender el peso de sus omisiones.

Mientras esto ocurre, Kaya también enfrenta su infierno personal. Ha disparado a un hombre, ha cruzado una línea irreversible. Se sienta en un rincón del hospital, sintiendo que la sangre que lleva en las manos ya no se puede limpiar. No es solo el esposo de Suna; ahora es un hombre atrapado por la culpa y la conciencia.

Con el paso de las horas, Seyran es trasladada a una habitación más tranquila. Aún no ha recuperado la conciencia, pero todos la visitan. Esme llora desconsoladamente, Kazım guarda un silencio que pesa como piedra, y Suna, al verla tan indefensa, revive los horrores de su infancia: la violencia de Kazım, los gritos, los momentos en que Seyran la protegía. De pronto, en un estallido de dolor y rabia, Suna grita lo que todos han ignorado durante años: “¡Cuando éramos niñas, tampoco hubo nadie que nos protegiera! ¡Y ahora tampoco pudieron protegerla!”

Sus palabras desgarran el aire. La habitación queda sumida en un silencio tenso. Kazım baja la cabeza, Halis evita las miradas, Ferit se rompe un poco más. Ese grito es el inicio de una nueva etapa: ya no se trata solo del dolor de Seyran, sino de una herida colectiva que todos deberán enfrentar y sanar.

En otro rincón del hospital, Hattuç toma una decisión que cambiará muchas cosas. Culposa por todo lo vivido, decide devolverle simbólicamente a Seyran la mansión que Halis le había regalado. Le pide a Latif que prepare todo para transferir la propiedad. Es su forma de pedir perdón, de cerrar una deuda moral.

Pero los conflictos no cesan. La tensión entre Suna y Kaya explota cuando Suna ve una llamada de Pelin en el teléfono de su esposo. Kaya confiesa haber tenido un acercamiento emocional con Pelin en un momento de debilidad. Suna, aunque destrozada por dentro, se mantiene firme: no derrama lágrimas. Solo se promete a sí misma no permitir que nadie más le rompa el corazón.

Ferit y Gülgün visitan también a Ece, quien aún lleva en el rostro las marcas de los golpes que le dio Akın. Gülgün la abraza y le promete que no estará sola, que ahora forma parte de su familia. Ferit también le asegura protección. Ece, conmovida y aún incrédula ante tanto apoyo, acepta en silencio. Por primera vez en mucho tiempo, siente que puede empezar de nuevo.

Sin embargo, otro misterio emerge: los cuerpos de Akın y Mezide han desaparecido. Ferit y Kazım, preocupados, se preguntan qué hay detrás. La falta de cadáveres sugiere que el peligro aún no ha terminado. La sombra de la venganza se cierne otra vez sobre ellos.

Cuando finalmente Seyran abre los ojos, el hospital entero se llena de alivio. Pero para ella, no hay respiro. El trauma revive, las imágenes de Akın, las torturas, el dolor… todo vuelve. Ferit la tranquiliza, le promete que está a salvo, que nunca más estará sola. Ella lo mira con amor… pero también con distancia. Quiere ver a su hermana.

Suna se acerca a su cama, le toma la mano y le acaricia el cabello. No hace falta hablar. Entre ellas existe un lazo silencioso y poderoso. Han sobrevivido juntas al mismo infierno. En ese gesto, Seyran encuentra el primer rayo de fuerza para comenzar a sanar.

Por su parte, İfakat, desde la casa de la vidente, inicia una guerra interna. La mujer le recuerda que siempre ha deseado a Halis Korhan y que solo enfrentando la verdad podrá ganarlo… o perderlo todo. İfakat sabe que su pasado la condena, pero también que aún tiene piezas en el tablero.

Seyran, al despertar, toma una decisión radical: quiere salir del hospital. No soporta estar allí, entre máquinas y recuerdos. Halis se opone, pero ella está decidida. En la puerta del hospital, la prensa la espera. Con una sonrisa fingida y una historia inventada, oculta la verdad. No quiere mostrar su dolor al mundo. Pero en su interior sabe que nada volverá a ser como antes.

Las cicatrices en su cuerpo son profundas… pero las del alma lo son aún más. Y ahora, más que nunca, sabe que tiene que empezar de nuevo.

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